1 de julio de 2009

A Fabiola Salazar

Publicado en Pro y Contra en la columna MANGUARE

Discúlpenme, debo contradecirles, Fabiola no ha muerto. No podía matarla la oscuridad de la noche, ni el odioso acero de un camión. A su cuerpo quizá. Tengo pruebas para demostrar que no ha muerto: el dolor que me embarga, su sonrisa en mi memoria, la multitud dolida que la acompaña en Bagua, en Chachapoyas, en La Peca; en todos los pueblos de Amazonas, las lagrimas de los nativos, a quienes ama tanto.

No ha muerto, la conozco. Una misma generación nos une, el mismo ideal nos fraguó. Su escaño está junto al mío, ser vecinos nos confirió el compañerismo de la responsabilidad, de la fe en que el aprismo es el instrumento de una sociedad más justa.
No ha muerto. Conozco su alegría de vivir, su pasión por la amazonía; una de las pocas veces que discutimos acremente fue en torno a una decisión del gobierno sobre la amazonía, que ella no compartía. Sí, es apasionada defendiendo sus ideas, argumenta bien, es medico, ha estudiado una maestría y un doctorado; hoy está haciendo un doctorado en lo que más quiere, “Pueblos Amazónicos”. Por suerte para mí, tiene clases los miércoles, así que los jueves durante el pleno del congreso la conversación gira en torno a lo nuevo que ha aprendido de la amazonía y los amazónicos.

La historia lo demuestra la muerte no puede matar al amor, y ella amaba mucho, a sus hijos, a su esposo, a los más humildes, al aprismo.
Está viva en la mansedumbre aparente de los ríos amazónicos, en la esperanza de una patria con pan y libertad.

Está viva, mi querida amiga, mi gran compañera, mi hermana, mi dolor. Pongo como testigo ha Cesar Vallejo: “…se ha incorporado lentamente, abrazo al primer hombre; echose a andar.”

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